domingo, 22 de noviembre de 2009

Aquella mirada azul

Mi mirada azul aquel día se desvaneció. No me lo podía creer, no entendía lo que me estaba pasando. Simplemente, no podía ver. De repente, dejé de ver. Simplemente todo estaba oscuro.
Me puse nervioso, muy nervioso. Me froté los ojos, los abrí y no podía ver nada, absolutamente nada.

Comencé a gritar, a moverme de forma descompasada y temblorosa.
- Pero ¿qué me pasa?, ¿qué es todo esto?, ¿por qué no puedo ver?

Intenté tranquilizarme. A tientas me acerqué al baño. Abrí el grifo y metí la cabeza bajo él, girándola hacia el agua. Salía fría pero no importaba. Abrí los ojos. Una fuerte sacudida y seguía sin ver nada. Seguía a oscuras.
-¿Me habré quedado ciego de repente?

Me sequé con una toalla. Me froté con ella fuertemente por toda mi cabeza. A tientas me fui hacia el salón y allí me pude sentar en el sofá. Intenté relajarme. Intenté vaciar mi mente. Pensé en el cielo, en blancas nubes, en niños, en una playa desértica de arenas finas. Eso lo podía ver, al menos me lo podía imaginar. Los colores sí estaban ahí. Había luz, había sombras, había libertad. Sentía la libertad de la naturaleza.

Tras unos segundos volví a abrir los ojos. Todo oscuro. Ya no podía sentir ni el sol ni el mar. Sentía dolor infinito. ¿Qué me sucedía?
-¿Habré tomando algo?

Sí, me estaba medicando, con analgésicos, para no sentir dolor. No creo que fuese eso. No, imposible. Esos medicamentos no provocan ceguera.

Me volví a levantar para dirigirme, esta vez, hacia mi teléfono móvil que me lo había dejado en mi habitación, en el pequeño escritorio que a veces me sirve de acomodo para recrear fantasías de escritor confundido. Lo cogí y lo pude desbloquear. Esa acción salió de mis dedos con inercia descomunal. El teléfono móvil era un apéndice para mí por cuestiones laborales y personales. Sin embargo, los nervios y la tensión provocada por esa incierta oscuridad me impidieron marcar con exactitud. Las llamadas fueron erróneas. El teléfono, tras varios intentos, cayó al suelo. Me agaché pero mi cabeza acabó chocando contra la pared.

Pude sentir entonces una nueva sensación: humedad en mi rostro. Comenzaron a brotar de mis ojos las temidas lágrimas de impotencia. Me tapé la cara con mis manos. Agaché la cabeza y lloré amargamente durante unos minutos.

Meses atrás me sucedió algo parecido aunque en aquella ocasión sí fue un sueño en toda regla. Fue leyendo el periódico una mañana. Los dramáticos titulares de ese primer día de la semana me bloquearon y mi respuesta fue la ceguera. Me quedé ciego porque no quería ver más hechos deleznables protagonizados, como casi siempre, por el ser humano; por el destructivo y codicioso hombre. Tifones, huracanes, tsunamis y más demonios brotan en la humillada faz de la Tierra. No quería leerlo y me quedé ciego, placenteramente ciego. Posteriormente desperté.


Pero en esta segunda ocasión no podía despertar de una pesadilla, esta vez real. No podía ver pero sí podía visualizar en mi mente los caminos que había tomado mi vida. A veces o casi siempre, equivocados. Ahora no podía avanzar pero tampoco retroceder. No había carretera por la que echar a correr. En ese caso, me preguntaba para qué seguir.

Intenté avivar el sentido del gusto. Ya en la cocina conseguí abrir el frigorífico y tras palpar algunos productos opté por la fruta.
-Esto parece una manzana – me dije.

Tras unos segundos adiviné que sí lo era. La mordisqueé y noté cómo sus rasgos ácidos avivaban mi seca boca. También aprecié su olor y sus notas dulces; un conjunto de armonía natural.

Decidí retornar a mi dormitorio para tumbarme en mi cama. El ácido y dulce sabor de la manzana en mi paladar me hizo olvidar que no era capaz de ver. Fue entonces cuando pude volar hacia los lugares soñados, cuando volé hacia las metas no alcanzadas, cuando imaginé que los caminos me llevarían a la luz que siempre hallamos al final de un túnel tenebroso. Fue un instante de felicidad que me produjo un grato subidón de adrenalina. Pensé en lo que soñé y en que lo conseguiría; en lo que amé, y en que lo obtendría; en los lugares que no visité y que visitaría; en las dudas que los años me aportaron y que apartaría; en ríos rebosantes de agua y en verdes prados y naturaleza viva…

Creo que me quedé profundamente dormido. Quizás estuviese en un estado de transición mental, de idas y venidas. Recordaba mi pasado, sobre todo aquello que me hizo vivir y pude ver los errores que me hicieron entrar en un irremediable vacío en el que me imbuía cada día y del que estaba ingratamente acostumbrado.

Sonó el teléfono de casa. Me despertó. Me desperté. Abrí los ojos. Aturdido y completamente desorientado me levanté de la cama. Comenzaba un nuevo día, otro día más o un día menos.

2 comentarios:

  1. Cuando terminas de leerlo puedes sentir alegría y esperanza (empieza un día más) o incertidumbre y decepción (un día menos). Muy bueno para leerlo por primera vez y averiguar cómo te sientes.

    ResponderEliminar
  2. "Vivid, vivid como dioses. Gozad, gozad os lo rogamos. Pensad que vuestros cuerpos pronto serán cenizas y lo que no quede a vuestra piel pegado las parcas no inmortalizarán.
    Carpe diem." Plauto.

    ResponderEliminar