domingo, 18 de diciembre de 2011

Ser o no ser


Por qué es tan difícil vivir. Ser sólo cuando nadie me ve. Mis pensamientos fluyen, ahora se reflejan pero es lo único que puedo dejar y mostrar a luz. Quizás, éstos ahora transcritos sean los últimos, ahora, cuando nadie me ve.

Las puertas abiertas se cerraron, una a una; las palabras fuera de contexto no estaban permitidas, ni tan siquiera las miradas opositoras, los gestos supuestamente malintencionados, por eso me cortaron las manos, me sellaron la boca...

Represión y ambición, conceptos que van de la mano, que se escuchan; represión para hacer real una ambición soñada, la de la perversión en el estado más puro, la que casi me cuesta la vida, la que me ha dejado sin voz...

Difícil es vivir así, excepto cuando nadie me ve...

La ascensión fue rápida y lo blanco se volvió negro, las luces fueron doblegadas por las sombras y la sinrazón lo colapsó todo. Cuando llegaron al poder, todos podíamos aún mostrarnos en público, compartir afinidades, hablar abiertamente, decidir sobre nosotros mismos, pero esta situación se rompió. El ser dejó de ser y comenzó la dificultad de vivir.           Primero limitaron nuestras salidas, prohibieron reuniones supuestamente antipatrióticas. La ambición por mantener el poder era tan fuerte que la oscuridad se acopló al día y la luz comenzó a desaparecer. La vampirización no acababa más que comenzar. Se extinguieron las cartas, los comunicados; la red de redes se acotó sólo a los afines y los medios de comunicación dejaron de comunicar. Luego se intentaron acallar las voces, en las calles, en las plazas; el poder llegaba a los sumideros para ni tan siquiera en lo más recóndito del mundo dejar vivir, dejar hablar.           Estos comienzos  empezaron a cerrar las puertas de la libertad, a destruir el ser, a despedazar las ansias de la infinita esencia pero por otro lado a reavivar las llamas de aquellos que, como yo, no estaban dispuestos a arrodillarse, a amedrentarse. Precisamente, estas llamas nos fueron quemando por dentro, o mejor dicho, las que hicieron que ellos nos quemaran por dentro.           El alcance de este ‘nuevo mundo’ instalado en una sociedad milenaria nadie lo podía imaginar, ni tan siquiera yo. Los no ‘afines’, así nos bautizaron, buscamos en un principio métodos para transgredir el orden impuesto por un poder nunca asimilado que nos hizo, y nos hace, difícil la vida.           Buscamos nuestros métodos, transgredimos la red de redes, buscamos nuestros medios,  los encontramos y eso, paradójicamente, fue nuestra perdición. Los controles férreos se acentuaron, el toque de queda permaneció día y noche. Nos encerraron en nuestras casas, nos cambiaron las cerraduras, casas que se convirtieron en cárceles personales, cárceles de un estado represor en busca del poder infinito.      
                           
Pero las cárceles personales no les bastaron, no les contentaron. Desde fuera, los demás nos podían ver, nos podía escuchar; el aire dejaba correr nuestras voces más lejos de lo esperado. Los rincones son interminables, el universo está lleno de pequeñas cosas, de resquicios de libertad. Pero éstos fueron desapareciendo para todos, especialmente para mí, que sufrí los primeros experimentos.         

Ellos querían hacer desaparecer cualquier conato de libertad, para atajar nuestros derechos más elementales, los que nos hacen ser o no ser. Una vez la libertad tirada a la basura el siguiente paso no fue la eliminación personal sino la limitación física pero sin llegar a la eliminación por completo. Querían -y lo están consiguiendo- hacerme sufrir. Por rebelde, me decían, por bocazas, por hablar, por oír, por ser...          
Ahora intento ordenar mis pensamientos, es ya lo único que me queda, y lo hago cuando nadie me ve para que no me los quiten, como me quitaron voz. Pero antes me cerraron la boca. Una vez me separaron, una vez me incomunicaron, no contentos con ello me cosieron la boca. Así lo hicieron. Me la cosieron de extremo a extremo. No la podía abrir. Sin embargo, sí podía gemir, gritar con la boca cerrada. Esto les siguió molestando así que me quitaron las cuerdas vocales, aunque tuvieron la delicadeza de anestesiarme previamente, claro que de no ser así quizás hubiera muerto del dolor.

Sin boca y sin voz, pero seguía y sigo siendo yo. Pude expresarme ante ellos, no con la voz ni con la boca. Lo hice con lápiz y papel, luego con una pintada en una pared: les insulté, les maldije, les desprecié. Esa fue mi humilde venganza. Supieron entonces que a pesar de tener la boca cerrada mis pensamientos podían quedar reflejados, de un modo u otro. Así, para evitar una nueva acción me cortaron los dedos y más tarde las manos y los brazos...

La mutilación la consideraron un experimento, al menos eso creo. Me miraban y se reían, en espera de cegar cualquier aliento de expresión, aún en mi intimidad. Yo en respuesta, pataleaba, hacía el suficiente ruido como para despertar a los más dormidos. La mutilación se extendió a las piernas.

Sólo podía ver, oír y pensar. Demasiado para ellos. Yo me refugiaba en el pasado, en aquél donde la libertad y los derechos se apuntalaron, aunque no lo suficiente, hasta que llegaron la ambición y la represión. Ellos lo intuyeron y se sintieron traicionados nuevamente. Las mutilaciones  no habían servido para nada. Mi ‘intransigencia’ era obvia, decían; y les oía decir, les veía decir. 

Aburridos de no conseguir nada conmigo buscaron llevar sus acciones al límite más extremo, tal y como me imaginaba. Al no verse reafirmados por mí, al notar que yo les oía y les veía con malos oídos y malos ojos, me los redujeron. Me quedé sin ojos y me hicieron sordo.

Desde entonces, y ya ha pasado algún tiempo, sigo en el mismo estado. Sé que me miran, los intuyo, los huelo, los presiento. Sé que ellos están ahí. Sé también que estoy vivo porque respiro, mi corazón late y mis pensamientos fluyen, cuando nadie me ve, como me sucede ahora.

El presunto silencio, generado por la sordera provocada, que a veces enfría mi mente, que intenta, aunque no puede, desequilibrar mi razón, prolonga mis pensamientos, los mismos que ellos quieren reducir pero sin reducirme a mí. Quieren convertirme en un trozo de carne con el que puedan jugar a su antojo. Ahora no pueden porque, nadie me ve, nadie puede ver mi esencia, oculta tras estos pensamientos.

Me cerraron la boca, me dejaron sin voz, me cortaron pies y manos y me condenaron a una vida infernal. Todavía puede que haya más, que vayan a más, por eso es posible que estos pensamientos, que dejo escapar en el aire, por si alguien es capaz de cogerlos al vuelo, sean los últimos, mi última esperanza... la que nunca me ha faltado.