martes, 30 de agosto de 2011

Hablando con la Luna

Corrí hacia el faro de mi puerto. Allí me esperaba el mar en calma sobre el que aún quedaba reflejado el cielo azul de un verano tardío poco antes del anochecer…

Me senté y miré ese azul mientras caía la tarde, mientras me decía adiós un sol que durante el día no había dejado de brillar ni un solo instante.

Yo en realidad estaba esperando la luna. Sabía que aquella noche nuestra luna llena nos podría iluminar…

Mientras el azul desaparecía frente a mí, mientras la suave brisa me acercaba el sabor salado de mi puerto; mientras el faro seguía guiando a despistados patrones… recuperé de mi memoria, en un arrebato de nostalgia, esos momentos que viví intensamente junto a ti y que me han devuelto mi libertad, aunque solo sea de forma figurada…

Jamás pensé que juntos le pudiésemos, como hicimos, robar una noche al día; y vivir apenas 18 horas como si hubiesen sido al menos 18 meses. En ese breve espacio de tiempo, para mí casi irreal, abrí los ojos de nuevo, quise ser libre de nuevo, reviví el impetuoso vuelo del halcón…

Y la luna hizo acto de presencia; y yo estaba allí, pequeño, nimio, como un granito de arena en una playa de Tarifa… La mire, observé su brillo, su solemnidad, su perfecta figura… Pensé que tú esa noche estarías al otro lado y comencé a hablarle a la luna, porque hablando con la luna un niño enamorado un día encontró una estrella que le guió para siempre… Yo quise ser ese niño que tanto necesita encontrar el camino correcto ante tantas puertas cerradas, ante tanta inercia, ante tanta incertidumbre, ante la desidia de un día tras otro sin más sobresalto que el del mañanero despertador que me conduce inexorablemente a una rutinaria jornada laboral…

Seguí hablando con la luna; le decía que me dejara ver el otro lado y permanecer allí para siempre, para recordar la suave textura de tu piel, la calidez de tus brazos, el dulce sabor de tus besos… Esperaba que al otro lado tú desearas lo mismo y pudieras paliar de esa manera, y con tu infinita sonrisa, la amargura que a veces empuja mis pasos. Me quedé dormido creyendo de nuevo acariciar tu piel, tu blanca piel, besando tu cuello, susurrándote al oído lo tanto que te amé en tan poco espacio de tiempo…

Cuando abrí los ojos, la claridad abrió el cielo ante mí; de nuevo azul… De nuevo el sol… Otro día más pensando que pronto volveré a hablar con la luna sabiendo que tu estarás al otro lado, sabiendo que un día uniré mi mano a la tuya…